Las tres opciones de la vida.

Esperando el ascensor, mirando hacia abajo sin contar hormigas y casi empezando a soñar de lo dormido que estaba, me despertó el pinchazo de una aguja invisible, más conocida como "el sonido del ascensor cuando llega al piso que lo llamaron".

Un símbolo Play luminoso, que apuntaba hacia abajo, le dio inicio a mi historia.

Simétricamente, la puerta comenzó a abrirse como en cámara lenta, pero demasiado rápido si se comparaba con mi estado mental de ese Martes a las 19:03.

Cuando tenía que entrar, y tenía que dejar de mirar el suelo, al que ya le había tomado algo de cariño, comencé a levantar la mirada sincronizadamente con mis pasos al avanzar.

Y allí estaba de nuevo la simetría. Tardé dos eternos segundos en recorrer con la vista las piernas más largas que vi en mi vida. ¡Qué piernas! Y con lo que nos gustan a los hombres las piernas largas.

Realmente, no sé si eran largas porque tardé mucho en levantar la mirada o si tardé mucho en levantar la mirada porque eran largas. De cualquier forma, esas piernas eran largas y tardé mucho en levantar la mirada.

Sorprendido y con un poco de miedo, antes de entrar me di cuenta de que tenía tres opciones delante mío.

La primera, fácil, común, correcta, rutinaria, blanca, sin acento, era entrar. Y, una vez adentro, esperar a que el ascensor descienda hasta la planta baja mirando al techo, dejarla salir a ella primero como buen caballero que soy, y no como lo hacen otros para analizarlas de atrás. Finalmente, salir yo y mis ganas de llegar a casa.

La segunda, una opción jugada, era entrar a la cancha para intentar salir con ella. Más allá de salir juntos del ascensor. Sabía que tendría sólo unos pocos segundos para lograr lo que algunos no se atreven a hacer en minutos o en años. Pero, sin dudas, si esos pocos segundos tienen su premio, como el instante en el que tu cuerpo se adapta al fresco mar en el que te acabas de meter de puntitas de pies, valdrá la pena haber escogido esta elección.

Y la tercera y última opción, era alejarme rápidamente, quizás corriendo y sin despegar la mirada de ella mientras saco el celular para llamar al 911. No era normal encontrarse una jirafa en el ascensor.

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