La tormenta que nunca paró.

Ganaron.

Estaba todo listo para que fueran a jugar el partido.

A las 8 PM empezaba a rodar la pelota.

Aunque el partido sólo duraría una hora, eran los 90 minutos más importantes de su día.

Una gota cayó.

Otra gota cayó.

Otra gota cayó.

Otra gota cayó.

Derrotados por no poder jugar, sus lágrimas comenzaron a mezclarse con las gotas que caían al césped sin parar.

La tormenta nunca paró porque nunca comenzó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y llovieron lágrimas.